Dejar atrás al régimen Priista tardó 71 años, y se debió en gran medida a la abundante participación social que, harta de la corrupción, las crisis sexenales y los engaños permanentes, empujó el cambio democrático a finales del siglo pasado. La llegada de la alternancia fue posible gracias a personajes clave dentro de la oposición que fomentaron la creación de instituciones autónomas que velaran por los derechos del pueblo y que permitieran elecciones «libres», o en todo caso, menos amañadas que antes. En el 2000 se terminó con presidencialismo y la llamada “Dictadura Perfecta”. Con el cambio, las expectativas fueron altas y lamentablemente no se supieron aprovechar, en parte por incompetencia y también por la inercia de 70 años de intereses creados entre miembros prominentes de la política y el empresariado, los cuales prevalecieron y cooptaron o limitaron los cambios de fondo que requería el país.
Otro causante de la desilusión por el incipiente cambio, se dio porque, al dejar el PRI el gobierno, los caciques y capos de la delincuencia organizada dejaron de tener un aliado poderoso que los organizara y “dejara ser”, lo que ocasionó el desbordamiento de la criminalidad y la violencia cuando finalmente se decidió atacarla. La estrategia probó no ser eficaz, el poder y la maldad de los “capos” era muy grande, las instituciones y hasta el ejército estaban infiltrados y se desató una carnicería, lo que aumentó el desencanto y la noción de que el cambio no había sido buena idea. Eso permitió regresar el PRI bajo la premisa de que «ellos si sabían gobernar». Era una mentira desde luego, solo regresó la brutal corrupción de la que eran y son especialistas, lo que, de manera casi natural, alentó la llegada por vez primera, y vía democrática, a un líder de izquierda que aseguraba tener la fórmula para transformar al país y recuperar el bienestar, terminar con la violencia, incrementar la economía y mejorar los sistemas de salud entre otras muchas promesas.
A tres años de gobierno, hemos sido testigos de que ocurrió lo opuesto, incluido el desmantelamiento de las instituciones y la instauración de un presidencialismo prácticamente autocrático que se parece mucho (es casi idéntico) al PRI despótico de los 60s y 70s. Sin embargo, más allá del engaño, la ineficiencia, la saña y deslealtad con que se está actuando desde el gobierno, lo que debemos aceptar es que nosotros, con nuestros votos, somos los que los pusimos ahí para que nos gobiernen.
Y pese a que aparentemente hemos evolucionado políticamente, nuestra democracia está aún en pañales. En México, la sociedad civil ha ido cediendo paulatinamente su responsabilidad a los actores políticos que los «representan». Lamentablemente, dichos personajes se han concentrado en acaparar posiciones de poder y riquezas, olvidándose de que su función dentro del gobierno es «servir» a la población.
Hoy día nos enfrentamos a nuevos retos que nos deben alertar, sobre todo la pérdida de derechos y el ataque a las libertades y a las instituciones garantes de la democracia, pero sobre todo, debemos ser conscientes que la solución no está en los partidos políticos o en líderes carismáticos, sino en las acciones que emprenda la sociedad civil mexicana, quienes tienen la responsabilidad ciudadana de organizarse y, dentro del marco de la ley, esforzarse por denunciar los abusos del poder, proteger las instituciones e impedir el deterioro del país con el único fin de velar por la salud y bienestar de sus familias y el futuro de nuestros hijos.
Dic/2021 | Por O. Castro para Acción Civil Mexicana