El tigre

Recuerdo cuando en marzo de 2018, durante la convención de la Asociación Mexicana de Bancos de Acapulco, escuché al hoy Presidente de México decir que: “si se atreven a hacer un fraude electoral, yo me voy a Palenque, pero a ver quién va amarrar al tigre”. 

Ese “tigre” no solo esperaba que ganara, esperaba que se resolviera la deuda social con los más desfavorecidos, medicinas y buen servicio en hospitales públicos, una reforma educativa moderna, no regresiva ni doctrinaria. Esperaba un impulso como nunca a la cultura, a las artes, a la ciencia y a la investigación, con participación de utilidades en las empresas, una clase media pujante, con un crecimiento del 6%. Ese tigre esperaba muchas cosas más con la premisa de la esperanza. 

Lo que no esperaba ese tigre era solo un resultado electoral. Esperaba resultados derivados de la virtud de un gran equipo de personas, preparadas, inteligentes y con genuino amor por el tigre para cuidarlo y alimentarlo, para ponerlo sano y fuerte, no para debilitarlo, ni hacerlo desatinar y enojar, provocando que se revolcara mordiéndose su propia cola, y lastimándose a sí mismo con sus afiladas garras contaminadas de resentimiento. El tigre esperaba que esas personas actuaran con congruencia y eficacia sin poner por encima de esta a la lealtad, porque la eficacia le es implícita a aquella. 

Esperaba sensatez, una conducción alejada de ocurrencias rimbombantes y costosas. Esperaba austeridad con ahorros bien entendidos, con disminución en gastos superfluos, para utilizar esos ahorros en prioridades para curar viejas heridas y enfermedades que el tigre venia padeciendo en sus patas y cuerpo, y no en gastos de dudosa utilidad, en rugidos amables para sus oídos y en una impenetrable venda para sus ojos.

Esperaba prosperidad, y con esta una enorme cantidad de nuevos empleos, que fueran seguros y retribuidos justamente. No, no esperaba ni adivinaba una pandemia mundial, ni conflictos bélicos internacionales, pero si esperaba, que, en su caso, se respondiera adecuadamente, estar preparados y a la altura de los desastres que suceden todo el tiempo. 

Esperaba que los índices de homicidios dolosos, feminicidios y violencia en general disminuyeran drásticamente. Que los balazos desaparecieran y que los abrazos se multiplicaran en real fraternidad, no dejándolas en palabras inútiles y pueriles con las que solo se le pretendía calmar engañosamente para mantenerlo amarrado. También el tigre no esperaba que “sus cuidadores” lo azuzaran para pelear contra su hermano, porque son uno con él y se deben a ellos, además el tigre sabe bien que de un solo tarascazo los puede lastimar muy gravemente.

El tigre esperaba que hubiera un sistema de salud como en Dinamarca; esperaba una Guardia Nacional “Civil” y que el Ejército regresara a sus cuarteles, no que terminara por engrosar las filas de este, ni que estuviera por todos los caminos de su reserva. Ni mucho menos esperaba que fuera éste su “guardián” principal, acompañado siempre de un duro látigo, como amenaza permanente de que, con cualquier mal comportamiento, pudiera ser latigueado según fuera interpretado por sus cuidadores.

Esperaba más estancias infantiles, más escuelas, y más comedores comunitarios. Esperaba que ya no hubiera más corrupción e impunidad y que la justicia fuera expedita. Esperaba que se cumpliera e hiciera cumplir la Constitución y lo que de ella emanara, y por lo tanto la obedecida, no la entrampara ni burlara.

Esperaba que se respetara aquel adagio de que la Ley es la Ley, no estando nada al margen, ni nadie por encima de ella. Ese “tigre” esperaba que no se mintiera, que no se robara y que no se traicionara. Esperaba grandes obras de infraestructura para el sur-sureste del país, sin que se tirara un solo árbol, pero ni uno solo, y que estas obras fueran amigables con el medio ambiente, que funcionaran y que fueran redituables económicamente.

El tigre esperaba un gran cambio, una real transformación de la vida pública de México para bien de sus habitantes, no para su división y desencuentro, y no esperaba encontrarse con que, si no se estaba a favor de esa transformación, se estaría en contra de ella.

Esperaba “amor y paz”, paz y amor entre los mexicanos y con el resto del mundo, porque en la transformación no había lugar para el odio ni para la venganza.  Aquel tigre esperaba transparencia, no opacidad, porque se iba a demostrar que no eran iguales ni más de lo mismo, como los ladrones y “rapaces neoliberales” de gobiernos anteriores

Esperaba que las brechas de desigualdad se redujeran contundentemente, que los pobres por ser los primeros por el bien de México, no solo fueran atendidos, sino que, en lugar de hacerse más, se hicieran muchos menos. 

Esperaba grandes y positivos contrastes, verdaderos hitos que marcaran diferencia con las décadas anteriores. Esperaba dejar el mal pasado de antes, por un mejor futuro. Esperaba ese tigre ver una pantalla con la disolvencia del oscuro a la claridad.  

Sería mezquino no reconocer que, de todo lo que esperaba el tigre, no se ha conseguido nada, de igual manera que resultaría ilusorio decir que está satisfecho con lo que anhelaba cuando hoy, más que nunca, el tigre ruge de hambre, el tigre sangra y hasta escupe fuego, amenazando con desatarse…

Ese tigre tenía una esperanza, esperanza de la que sigue flaco y hambreado. Sí, ese tigre, es el tigre del que todos formamos parte. 

Les abrazo.

17 de Agosto de 2022 | Por Oscar Athié para Acción Civil Mexicana

2 comentarios en “El tigre”

  1. Estimado Oscar

    Me da muchísimo gusto verte ahora en esta faceta de la comunicación.

    Estoy leyendo este artículo donde de manera puntual y objetiva muestras en su rostro real al actual presidente, un encantador de mentiras y populista.

    Enhorabuena y mi más sincero reconocimiento a tu más que preocupación , ocupación por un México mejor para nuestras futuras generaciones.

  2. Muchos sabíamos que esto pasaría, no se puede ser tan ingenuo de que una persona tan limitada como López llevaría a buen puerto esto. El resultado de quienes creyeron está ahí

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