DESCONFIADOS Y CONFUSOS

“La confianza es lo más difícil de conseguir y lo más fácil de perder”. “A menudo confundimos lo que deseamos con lo que es”.

Ambas frases anónimas.

Uno de los principales principios de la Democracia está basado en la frase: “El Pueblo siempre tiene la razón”. Esta frase es más que conocida y ha sido utilizada por muchos personajes a lo largo de la historia en todos los rincones del mundo. La hemos leído y escuchado demasiado y sé que muchos como yo, de una u otra manera en algún momento nos hemos preguntado: ¿y si no la tuviera? Me llamó la atención encontrarme esta frase con un añadido: …el Pueblo siempre tiene la razón… aunque no la tenga.

De cara a las próximas elecciones, me he encontrado grupos de personas que simplemente pasan del tema, son pasivos o nada participativos, por otra parte, he encontrado el polo completamente opuesto, grupos de personas que expresan con pasión a veces a mi parecer rayando en el fanatismo, su opinión y favoritismo por este o aquel partido o personaje político.

Entiendo que, en esta actualidad moderna y llena de herramientas de comunicación, este principio de la democracia, ha terminado por ser superado por el marketing, debido a que los partidos y la mayoría de los actores políticos han dejado de lado el argumento de la persuasión y el convencimiento en base a sus propuestas, tomando en cambio la elaboración de su oferta en una especie de menú hecho a la medida del electorado.

Así es que, el populismo tan de moda, se ha basado en un esmerado y prolijo conocimiento del mercado sociológico, demeritando a la convicción y a la responsabilidad, y privilegiando los mensajes e imágenes de promoción priorizándolos según la demanda.

Esto no deja de ser un choque con las exigencias de la realidad, porque lo cierto es que en su gran mayoría el pueblo no está advertido de la verdadera dimensión de la problemática en la que vive. Gobiernos van, gobiernos vienen y si nos remitimos a los discursos encontramos un común denominador en que el pueblo viene sufriendo una especie de anestesia con tanta promesa optimista y recetas anti dolor, y aquí cabe muy bien la pregunta de si ¿el pueblo siempre tiene la razón?

Si se tuviera que definir un perfil de la sociedad actual en México, la que ha sido sacudida por crisis anteriores a las que habría que sumar a la nefasta y dolorosa pandemia, yo me atrevería a definirlo en tres términos: la sociedad está alerta, desconfiada y confusa. Imagino una fotografía de un país receloso, desconcertado, encaminado algunos en inercias pasivas, y otros en debates conflictivos con escaso nivel de entendimiento sobre los mecanismos que influyen y determinan la economía abierta en la que viven y se desarrollan, con un muy amplio sector no propenso a la competitividad y ciertamente con la costumbre paterno-estatista a que le resuelvan sus problemas sin involucrarse demasiado en las soluciones de los mismos.

Ahí está una sociedad con alto arraigo en las redes del apoyo familiar, con quejas continuas y amargas de una dirigencia pública enfrascada más en sus conflictos de poder que en los enormes conflictos que habrían de resolver una vez sean elegidos. Es decir, una sociedad que sin duda tiene sus claros tintes de victimista, en donde es muy difícil contener ideas de auto-regeneración por medio del esfuerzo.

Resulta significativo la pérdida de popularidad que en ciertos países algunos de sus líderes han sufrido, esto debido a la obligación del cambio en el discurso de lo que prometieron para llegar al poder y que luego al enfrentarse con la realidad se ven obligados a emprender políticas o iniciativas que necesariamente implican un costo político, la popularidad uno de ellos desde luego.

Así es que ha llegado para algunos el desprestigio, incluso casos de animadversión, de una sociedad que expresa su renuencia a aceptar que en democracia todo el mundo tiene el gobierno que se merece y que el pueblo siempre tiene la razón.

A pregunta expresa, un sociólogo amigo mío me respondió que el pueblo siempre tiene la razón cuando es mayoría, afirmando además que hay que aceptar lo que la mayoría de la gente (pueblo) dice o quiere a pesar del punto de vista de alguien en particular (Vox pópuli, vox Dei), sin embargo, y desde mi particular punto de vista, creo que esta afirmación pudiera ser una mera falacia, al apelar a que la popularidad de determinado argumento es verdadera y cierta o necesaria para el caso, solo por ser la más popular, sin revisar su contenido o como lo son cientos de casos, sin explicar y difundir el fondo del contenido de manera que la gente (pueblo), pueda decidir con bases de conocimiento real más allá del conocimiento popular. Creo que al final lo que necesitamos son toma de decisiones serias, sensatas, de fondo y apegadas a la realidad más que decisiones populares, lo que entiendo tiene mucho que ver con un sofisma muy de moda refiriéndose al pueblo bueno que nunca se equivoca. 

Concluyo que el pueblo no siempre tiene la razón, que está sujeto a equivocarse y que tampoco por “naturaleza” es bueno, por la sencilla razón de nuestro origen, como humanidad, no podemos obviar la maldad ni la perversidad que desafortunadamente existe y de la que a diario tenemos noticias.

Creo que este es el verdadero reto de los próximos gobernantes, la pedagogía social para explicar la necesidad de los esfuerzos pendientes, entendiendo que nunca es tarde para sembrar la ética de la convicción privilegiándola sobre cualquier oportunismo electoral.

Les abrazo y quedo siempre atento a sus comentarios y opiniones.

2 de Noviembre de 2022 | Por Oscar Athié para Acción Civil Mexicana

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